lunes, 8 de octubre de 2012

La mujer de negro (I)



"La bruma se encontraba en el exterior; pendía del río, se deslizaba por callejones y callejuelas y se arremolinaba entre los árboles pelados de los parques y los jardines de la ciudad; también estaba dentro:  penetraba como el mal aliento a través de grietas y fisuras y se colocaba con sigilo cada vez que se abría una puerta. Se trataba de una bruma amarillenta, sucia y maloliente, de una niebla que atragantaba, cegaba, manchaba y ensuciaba. Hombres y mujeres cruzaban las calles a tientas, se jugaban la vida, trastabillaban en las aceras y, en busca de guía, se aferraban entre sí y a las barandillas.
Los sonidos quedaban asordinados y las sombras se desdibujaban. La niebla había caído hacía tres días, no parecía dispuesta a marcharse y supongo que poseía las características de todas las brumas: resultaba amenazadora, siniestra, ocultaba el mundo conocido y confundía a sus habitantes, del mismo modo que se confundirían si les tapasen los ojos y los hicieran girar para jugar a la gallina ciega."

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