jueves, 8 de noviembre de 2012

La mujer de negro (IV)



"En un primer momento, todo estaba muy quieto y tranquilo y me pregunté qué me había despertado. Entonces mi corazón dio un brinco y me di cuenta de que Spider se había despertado y acercado a la puerta. Tenía el pelaje erizado, las orejas aguzadas, la cola enhiesta y el cuerpo tenso, como si se dispusiera a saltar. Emitía un gruñido gutural y apenas audible. Me incorporé y quedé paralizado en medio de la cama, consciente tan sólo de la perra, de mi carne de gallina y de lo que súbitamente pareció otra clase de silencio, un silencio agorero y pavoroso. Fue entonces cuando oí un sonido procedente de las profundidades de la casa, aunque no sonó muy lejos de la habitación en la que me encontraba. Fue un sonido débil y, por mucho que me esforcé, no conseguí deducir qué lo producía. Parecía un golpe o ruido sordo, regular e intermitente. No ocurrió nada más. No sonaron pisadas, las tablas del suelo no crujieron, el aire continuó inmóvil y el viento no gimió alrededor de la ventanas. Sólo persistió ese sonido asordinado y de la perra erizada junto a la puerta; Spider acercó el morro al claro de la parte inferior de la puerta, olisqueó, retrocedió un paso, ladeó la cabeza y, al igual que yo, aguzó y volvió a aguzar el oído. De vez en cuando volvió a gruñir."

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